domingo, 12 de julio de 2009

CANTA, BAILA, DIVIÉRTETE, RÍE Y PORTATE BIEN

Siempre me pregunté porque mi abuela vivía en un lugar entre la adolescencia e infancia, parecía ser una quinceañera eternamente sorprendida y dispuesta a sorprender a todos, ya fuera apareciendo con mariachis en una reunión o con un par de lentes en forma de cerveza. También siempre me respondía, que seguramente se debía a que no había tenido tiempo de disfrutar de su juventud, conoció al abuelo muy chica, quien afirma haberla visto por primera vez con un traje de baño, "en las manos", agrega siempre en tono de broma, y que sus piernas fueron lo primero que lo conquistaron, y tenía 2. Así la enamoró y se casaron cuando ella tenía sólo 16, juntos no sólo hicieron crecer una familia, también un negocio en el que su trabajo era parte primordial. Se encargaba de cobrar a los morosos, trabajo que hasta hace algunos años recuerdo hacía con instinto detectivesco, ganarse a los vecinos del deudor, llamar a su puerta inventándose personalidades, espiarlos durante el día, en fin a manera de juego lograba lo imposible. Después de años de trabajar juntos y que el negocio les brindadra mayores libertades económicas la abuela empezó por encontrar sus propios y variados intereses que la llevaron desde la medicina hasta la magia pasando por las clases de canto, piano y baile, imagino que en algún momento de su vida también pintó pues he visto sus cuadros y el talento es innegable. Pero tanto derroche de talento tenía un fin de común, no aspiraba a los grandes escenarios pasó mucho de su tiempo mostrándolo en casa hogar, asilos, hospitales y hasta reclusorios, solíamos bromear con ella de que este último era su lugar favorito porque de ahí el público no se le iba. 

Cuando llegaba el invierno y con él la navidad también los preparativos para lo que mi abuela convirtió en una tradición durante más de 20 años. Disfrazba su coche de trineo, a cualquier distraido que se ofreciera a ayudarla lo convertía en duende y ella se transformaba en Santa, un Santa que por supuesto jamás dejaría de usar rimel o tener las uñas pintadas, pero a su forma era Santa Claus. Invertía una pequeña fortuna en tepito, lugar donde se movia a sus anchas, conocía el protocolo del lugar a la perfección, aquel que hace la diferencia entre poder ir de compras al lugar mas rudo de la ciudad y salir vivo de la experiencia. Llenaba el trineo con juguetes, dulces y una que otra sorpresa. Los jueguetes iban destinados a zonas de escasos recursos donde los niños se amontonaban sobre su coche, los dulces para los otros niños que encontraba en las avenidas durante el trayecto y las sopresas para visitar casas de amistades sorprendidas a quienes les regalaba una "foto instantanea con santa". De hecho fue como duende que "aprendí" a manejar, Santa confiaba en que una amateur al volante era suficiente para llevar los regalos sanos y salvos y yo le agradecía la oportunidad de estar detrás del volante del convertible de Santa.


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